jueves, 22 de diciembre de 2016

Ausencia de amor en Miami

Es una contradicción pedir libertades civiles para los cubanos en la isla y al mismo tiempo pretender negar esas libertades a quienes piensan diferente en Miami. Esta doble moral sólo refleja la barbarie hecha ya costumbre. Desde hace muchos años esta comunidad esta siendo bombardeada por propaganda financiada con fondos federales y esa propaganda perturba el desarrollo natural de la cultura comunitaria, que debería inclinarse como es natural a los auténticos valores estadounidenses.
El respeto por la opinión contraria y por los espacios ajenos no existe en Miami y de esto estoy convencida. La mas recién prueba está en que los que los manifestantes frente a la Alianza Martiana llegaron a cruzar la calle varias veces para acercarse mas allá de lo que permite la ley (el tipo de permiso que se obtuvo) y hubo intentos por entrar al propio establecimiento. Trataron de provocar actos violentos al mismo tiempo que transmitían en directo las imágenes de sus provocaciones en las redes sociales. Algunos sutilmente trataron de evadir el control de la policía local que para ellos era algo "lamentable" pues no pudieron darle riendas sueltas a sus bajas pasiones por abusar de quienes perciben como una minoría débil.
Varias veces he visitado el local de la Alianza Martiana y salvo las caravanas que realizan legalmente en sus autos por la ciudad, por lo general las organizaciones que se acogen baja la alianza, no son invasoras de espacios ajenos ni provocan a sus contrarios, pues nunca he visto en sus miembros un intento por convertir a nadie a sus ideas. Dicha actitud respetuosa de lo contrario no existe en aquellos que gritaron y acosaron desde la acera del frente. Las posturas contrarevoluvionarias y anexionistas de las más pura cepa envenenan nuestra prensa local y nadie me puede negar que todas esas organizaciones "anticastristas" no intentan con proselitismo propagandístico, expandir su ideología neo-liberal y reaccionaria. Los mensajes de odio y los intentos por castigar a quienes no repiten sus consignas fascistas son una clara señal del ambiente político que les gustaría trasladar a Cuba para castigar a los que no son como ellos.
Algo curioso y hasta casi humorístico en toda esta trágica obra de intolerancia, es como repetidas veces observé que quienes más se destacaban en el acto de repudio contra la Alianza Martiana, con violencia verbal y demostración indignada frente a una supuesta avanzada de comunistas, eran personas que muy recientemente han arribado a Miami. Estos nuevos residentes, graduados en universidades de Cuba y aún muy empapados con la nueva sub-cultura cubana del bajo mundo de disidentes comprados, Reggaetón y vulgaridad, se reclutaron a si mismos como soldados de la ciudad de Miami en el fin de semana (¿ Será por falta de otra diversión?) para impedir la invasión de ciudadanos estadounidenses con ideas socialistas.
El propio Max Lesnik vive en Miami desde 1961, así que encuentro muy absurdo que quienes llegan a ultima hora pretendan expulsar a los antiguos moradores de esta ciudad. Estoy segura que la mayoría de esos nuevos manifestantes ni sabían de la existencia de la Alianza. Ahora que la encontraron gracias a las informales redes sociales, ya tienen un lugar físico en donde pueden volcar todas sus frustraciones personales como inmigrantes y seres humanos. Le dan así la mano a los viejos terroristas que hace décadas le detonaban bombas a todos esos pequeños negocios que no seguían el estricto patrón de esa derecha mafiosa.
Cada día TV Martí (con fondos federales) transmite en Miami imágenes de disidentes cubanos enfrentados a sus vecinos en escándalos públicos donde las autoridades de la isla son retratadas como opresoras. Es natural entonces que la respuesta emocional de algunas personas en nuestra comunidad sea el odio. Lamentablemente estamos hablando de un medio federal involucrado en propaganda interna con consecuencias sociales dentro de los Estados Unidos. Los medios privados también estimulan la intolerancia y fomentan un ambiente totalitario donde discrepar tiene un costo para las personas. ¿Como encontrar un empleo si te tachan de "comunista" o de "agente al servicio de una potencia extranjera"? Las personas en Miami viven con miedo al juicio de amigos o parientes con relación al tema cubano, lo cual se ve reflejado en encuestas que muestran mayorías silenciosas deseando una normalización que la TV local no refleja.
Las redes sociales sirven de plataforma para coordinar ataques a la disidencia en Miami Descaradamente la extrema derecha planifica delitos contra la opinión contraria y desarrolla persecución política como puede verse en estos escritos.

martes, 20 de diciembre de 2016

Las 7 propuestas de Donald Trump que explican su victoria

Por: Ignacio Ramonet
La victoria de Donald Trump (como el 'Brexit' en el Reino Unido, o la victoria del 'no' en Colombia) significa, primero, una nueva estrepitosa derrota de los grandes medios dominantes y de los institutos de sondeo y de las encuestas de opinion. Pero significa también que toda la arquitectura mundial, establecida al final de la Segunda Guerra Mundial, se ve ahora trastocada y se derrumba. Los naipes de la geopolítica se van a barajar de nuevo. Otra partida empieza. Entramos en una era nueva cuyo rasgo determinante es 'lo desconocido'. Ahora todo puede ocurrir.
¿Cómo consiguió Trump invertir una tendencia que lo daba perdedor y lograr imponerse en la recta final de la campaña ? Este personaje atípico, con sus propuestas grotescas y sus ideas sensacionalistas, ya había desbaratado hasta ahora todos los pronósticos. Frente a pesos pesados como Jeb Bush, Marco Rubio o Ted Cruz, que contaban además con el resuelto apoyo del establishment republicano, muy pocos lo veían imponerse en las primarias del Partido Republicano, y sin embargo carbonizó a sus adversarios, reduciéndolos a cenizas.
Hay que entender que desde la crisis financiera de 2008 (de la que aún no hemos salido) ya nada es igual en ninguna parte. Los ciudadanos están profundamente desencantados. La propia democracia, como modelo, ha perdido credibilidad. Los sistemas políticos han sido sacudidos hasta las raíces. En Europa, por ejemplo, se han multiplicado los terremotos electorales (entre ellos, el Brexit). Los grandes partidos tradicionales están en crisis. Y en todas partes percibimos subidas de formaciones de extrema derecha (en Francia, en Austria y en los países nórdicos) o de partidos antisistema y anticorrupción (Italia, España). El paisaje político aparece radicalmente transformado.
Ese fenómeno ha llegado a Estados Unidos, un país que ya conoció, en 2010, una ola populista devastadora, encarnada entonces por el Tea Party. La irrupción del multimillonario Donald Trump en la Casa Blanca prolonga aquello y constituye una revolución electoral que ningún analista supo prever. Aunque pervive, en apariencias, la vieja bicefalia entre demócratas y republicanos, la victoria de un candidato tan heterodoxo como Trump constituye un verdadero seísmo. Su estilo directo, populachero, y su mensaje maniqueo y reduccionista, apelando a los bajos instintos de ciertos sectores de la sociedad, muy distinto del tono habitual de los políticos estadounidenses, le ha conferido un caracter de autenticidad a ojos del sector más decepcionado del electorado de la derecha. Para muchos electores irritados por lo « politicamente correcto », que creen que ya no se puede decir lo que se piensa so pena de ser acusado de racista, la « palabra libre » de Trump sobre los latinos, los inmigrantes o los musulmanes es percibida como un auténtico desahogo.
A ese respecto, el candidato republicano ha sabido interpretar lo que podríamos llamar la « rebelión de las bases ». Mejor que nadie, percibió la fractura cada vez más amplia entre las élites políticas, económicas, intelectuales y mediáticas, por una parte, y la base del electorado conservador, por la otra. Su discurso violentamente anti-Washington y anti-Wall Street sedujo, en particular, a los electores blancos, poco cultos, y empobrecidos por los efectos de la globalización económica.
Hay que precisar que el mensaje de Trump no es semejante al de un partido neofascista europeo. No es un ultraderechista convencional. Él mismo se define como un «conservador con sentido común» y su posición, en el abanico de la política, se situaría más exactamente a la derecha de la derecha. Empresario multimillonario y estrella archipopular de la telerealidad, Trump no es un antisistema, ni obviamente un revolucionario. No censura el modelo político en sí, sino a los políticos que lo han estado piloteando. Su discurso es emocional y espontáneo. Apela a los instintos, a las tripas, no a lo cerebral, ni a la razón. Habla para esa parte del pueblo estadounidense entre la cual ha empezado a cundir el desánimo y el descontento. Se dirige a la gente que está cansada de la vieja política, de la « casta ». Y promete inyectar honestidad en el sistema ; renovar nombres, rostros y actitudes.
Los medios han dado gran difusión a algunas de sus declaraciones y propuestas más odiosas, patafísicas o ubuescas. Recordemos, por ejemplo, su afirmación de que todos los inmigrantes ilegales mexicanos son "corruptos, delincuentes y violadores". O su proyecto de expulsar a los 11 millones de inmigrantes ilegales latinos a quienes quiere meter en autobuses y expulsar del país, mandándoles a México. O su propuesta, inspirada en « Juego de Tronos », de construir un muro fronterizo de 3.145 kilómetros a lo largo de valles, montañas y desiertos, para impedir la entrada de inmigrantes latinoamericanos y cuyo presupuesto de 21 mil millones de dólares sería financiado por el gobierno de México. En ese mismo orden de ideas : también anunció que prohibiría la entrada a todos los inmigrantes musulmanes…Y atacó con vehemencia a los padres de un militar estadounidense de confesión musulmana, Humayun Khan, muerto en combate en 2004, en Irak.
También su afirmación de que el matrimonio tradicional, formado por un hombre y una mujer, es "la base de una sociedad libre", y su critica de la decisión del Tribunal Supremo de considerar que el matrimonio entre personas del mismo sexo es un derecho constitucional. Trump apoya las llamadas "leyes de libertad religiosa", impulsadas por los conservadores en varios Estados, para denegar servicios a las personas LGTB. Sin olvidar sus declaraciones sobre el "engaño" del cambio climático que, según Trump, es un concepto "creado por y para los chinos, para hacer que el sector manufacturero estadounidense pierda competitividad".
Este catálogo de necedades horripilantes y detestables ha sido, repito, masivamente difundido por los medios dominantes no solo en Estados Unidos sino en el resto del mundo. Y la principal pregunta que mucha gente se hacía era : ¿ cómo es posible que un personaje con tan lamentables ideas consiga una audiencia tan considerable entre los electores estadounidenses que, obviamente, no pueden estar todos lobotomizados ? Algo no cuadraba.
Para responder a esa pregunta tuvimos que hendir la muralla informativa y analizar más de cerca el programa completo del candidato republicano y descubrir los siete puntos fundamentales que defiende, silenciados por los grandes medios.
1) Los periodistas no le perdonan, en primer lugar, que ataque de frente al poder mediático. Le reprochan que constantemente anime al público en sus mítines a abuchear a los "deshonestos" medios. Trump suele afirmar: «No estoy compitiendo contra Hillary Clinton, estoy compitiendo contra los corruptos medios de comunicación» . En un tweet reciente, por ejemplo, escribió : «Si los repugnantes y corruptos medios me cubrieran de forma honesta y no inyectaran significados falsos a las palabras que digo, estaría ganando a Hillary por un 20%.»
Por considerar injusta o sesgada la cobertura mediática, el candidato republicano no dudó en retirar las credenciales de prensa para cubrir sus actos de campaña a varios medios importantes, entre otros : The Washington Post, Politico, Huffington Post y BuzzFeed. Y hasta se ha atrevido a atacar a Fox News, la gran cadena del derechismo panfletario, a pesar de que lo apoya a fondo como candidato favorito…
2) Otra razón por la que los grandes medios atacaron con saña a Trump es porque denuncia la globalización económica, convencido de que ésta ha acabado con la clase media. Según él, la economía globalizada está fallando cada vez a más gente, y recuerda que, en los últimos quince años, en Estados Unidos, más de 60.000 fábricas tuvieron que cerrar y casi cinco millones de empleos industriales bien pagados desaparecieron.
3) Es un ferviente proteccionista. Propone aumentar las tasas sobre todos los productos importados. «Vamos a recuperar el control del país, haremos que Estados Unidos vuelva a ser un gran país.», suele afirmar, retomando su eslogan de campaña.
Partidario del Brexit, Donald Trump ha desvelado que, una vez elegido presidente, tratará de sacar a EE.UU. del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA por sus siglas en inglés). También arremetió contra el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP por sus siglas en inglés), y aseguró que, de alcanzar la Presidencia, sacará al país del mismo: «El TPP sería un golpe mortal para la industria manufacturera de Estados Unidos.»
En regiones como el rust belt, el «cinturón del óxido» del noreste, donde las deslocalizaciones y el cierre de fábricas manufactureras dejaron altos niveles de desempleo y de pobreza, este mensaje de Trump está calando hondo.
4) Así como su rechazo de los recortes neoliberales en materia de seguridad social. Muchos electores republicanos, víctimas de la crisis económica del 2008 o que tienen más de 65 años, necesitan beneficiarse de la Social Security (jubilación) y del Medicare (seguro de salud) que desarrolló el presidente Barack Obama y que otros líderes republicanos desean suprimir. Tump ha prometido no tocar a estos avances sociales, bajar el precio de los medicamentos, ayudar a resolver los problemas de los « sin techo », reformar la fiscalidad de los pequeños contribuyentes y suprimir el impuesto federal que afecta a 73 millones de hogares modestos.
5) Contra la arrogancia de Wall Street, Trump propone aumentar significativamente los impuestos de los corredores de hedge funds que ganan fortunas, y apoya el restablecimiento de la Ley Glass-Steagall. Aprobada en 1933, en plena Depresión, esta ley separó la banca tradicional de la banca de inversiones con el objetivo de evitar que la primera pudiera hacer inversiones de alto riesgo. Obviamente, todo el sector financiero se opone absolutamente al restablecimiento de esta medida.
6) En política internacional, Trump quiere establecer una alianza con Rusia para combatir con eficacia a la Organización Estado islámico (ISIS por sus siglas en inglés). Aunque para ello Washington tenga que reconocer la anexión de Crimea por Moscú.
7) Trump estima que con su enorme deuda soberana, los Estados Unidos ya no disponen de los recursos necesarios para conducir una politica extranjera intervencionista indiscriminada. Ya no pueden imponen la paz a cualquier precio. En contradicción con varios caciques de su partido, y como consecuencia lógica del final de la guerra fría, quiere cambiar la OTAN : « No habrá nunca más garantía de una protección automática de los Estados Unidos para los países de la OTAN. »
Todas estas propuestas no invalidan en absoluto las inaceptables, odiosas y a veces nauseabundas declaraciones del candidato republicano difundidas a bombo y platillo por los grandes medios dominantes. Pero sí explican mejor el por qué de su éxito.
En 1980, la inesperada victoria de Ronald Reagan a la presidencia de Estados Unidos había hecho entrar el planeta en un Ciclo de cuarenta años de neoliberalismo y de globalización financiera. La victoria hoy de Donald Trump puede hacernos entrar en un nuevo Ciclo geopolítico cuya peligrosa característica ideológica principal –que vemos surgir por todas partes y en particular en Francia con Marine Le Pen – es el 'autoritarismo identitario'. Un mundo se derrumba pues, y da vértigo…

Relaciones Cuba-Estados Unidos en la era Trump: Pronóstico reservado

Por: Arturo López-Levy

15 de diciembre de 2016

Pronosticar la política del presidente electo Donald Trump hacia Cuba es un ejercicio difícil, pues el millonario neoyorkino ha sido inconsistente en sus posiciones y explicaciones sobre el proceso de acercamiento iniciado por los presidentes Obama y Raúl Castro. A juzgar por sus declaraciones, Trump pretende romper con el consenso globalizador liberal que ha dominado la gran estrategia estadounidense desde el fin de la segunda guerra mundial. Sin embargo, pocos presidentes norteamericanos estructuran su política exterior a partir de la retórica de las campañas electorales.

Realidades estructurales

Cualquiera sea la decisión del presidente Trump hacia Cuba, hay realidades que no cambiarán:

1) La mayoría de los norteamericanos, cubanos y la comunidad cubano-americana apoya procesos de diálogo e intercambio con Cuba. Los vínculos tejidos entre Cuba y Miami han alcanzado hoy una masa crítica que garantiza un repudio en la Florida a cualquier política que pretenda separar las dos principales comunidades de la nación cubana.

2) La comunidad de estados, hemisférica y global, rechaza el embargo/bloqueo estadounidense contra Cuba, y está hoy más dispuesta que nunca a desafiar las sanciones promoviendo la integración cubana a la economía mundial y el hemisferio occidental. El presidente norteamericano no es omnipotente y no tiene la capacidad de forzar una ruptura de esas posturas de diálogo y acercamiento en sus aliados europeos o en sus rivales estratégicos de China y Rusia.

3) Dentro de la burocracia estadounidense de seguridad y diplomacia predomina la opinión de que la política de embargo/bloqueo ha sido un fracaso, y que las estrategias de Obama permiten avanzar en la negociación de temas de interés común para los dos países. No hay hoy un obstáculo simbólico al diálogo entre los dos estados como lo eran la detención de los cinco agentes cubanos y Alan Gross. Ninguna administración puede echar eso atrás.

4) Cuba no es una amenaza a la seguridad nacional y su importancia para la política exterior norteamericana es escasa. Eliminar los grupos de trabajo, la comisión bilateral para la negociación entre Cuba y EE.UU. y derogar la directiva presidencial de octubre de este año, requiere del presidente electo una atención que sería irracional dado los retos que confronta en otras regiones como el este de Asia y el Medio Oriente. Trump no podría traer a Cuba de vuelta a la lista de países terroristas del Departamento de Estado sin adulterar con manipulaciones partidistas un proceso que opera generalmente con criterio técnico.

Esos cuatro factores estructurales, junto a las cinco décadas de resistencia nacionalista cubana a la política imperial coercitiva norteamericana fueron los que garantizaron la derrota de la política de embargo/bloqueo en diciembre de 2014.

Trump no puede hacer contra Cuba mucho más de lo que organizó George W. Bush con las comisiones para la free Cuba entre 2004 y 2006. La realidad fue que Cuba sobrevivió. El nacionalismo cubano derrotó todas esas políticas de agresión. Si Estados Unidos regresa a la hostilidad, se tratará en el peor de los casos de repetir el impasse asimétrico que llevó al acuerdo del 17 de diciembre de 2014. Como en una partida de ajedrez trabada en tablas, Cuba como poder menor pagaría un precio extraordinario en desarrollo y democracia, pero impediría sin doblegarse, a la gran potencia traducir la disparidad de poder en dominación. Washington pagaría nuevamente un precio político significativo por insistir en la política inmoral, ilegal y contraproducente, que ya se ha probado inferior en la promoción de los intereses nacionales y valores norteamericanos que la ensayada por Washington desde el 17 de diciembre.

Señales de hostilidad

Sin embargo, la estrategia norteamericana hacia Cuba ha demostrado no basarse en una racionalidad de política exterior. Varios elementos permiten augurar un camino accidentado para el proceso de normalización de relaciones entre los dos países:

En primer lugar, las últimas posiciones del candidato Trump al final de la campaña fueron de hostilidad al acercamiento entre los dos países. Tal postura fue ratificada por la declaración, en octubre, del vicepresidente Mike Pence de que las órdenes presidenciales del acercamiento serían derogadas tras la inauguración presidencial del 20 de enero. Las designaciones del presidente electo para importantes puestos de su administración, con potencial influencia sobre la política norteamericana hacia Cuba, no tienen un perfil moderado sino de arrebato, con una agenda imperial en la relación con los aliados de la OTAN, México y el hemisferio occidental.

Es lógico suponer peligros para el proceso de normalización de relaciones en esas designaciones. El general Michael Flynn, exdirector de la Agencia de Inteligencia para la Defensa, y nombrado por Trump como asesor de seguridad nacional ha descrito a Cuba como un adversario de Estados Unidos en una "guerra mundial" de la que son parte el fundamentalismo islámico, Irán, Corea del Norte y Venezuela.

Segundo, aun si Trump quisiera continuar el proceso de diálogo y cooperación en temas de interés común, su enfoque transaccional de tit por tat con condicionamientos, desde posiciones maximalistas de fuerza, es inadecuado para una normalización asimétrica. Los procesos de esa naturaleza, entre una gran potencia y un pequeño estado, tienden a trabarse con demandas de reciprocidad reflexiva y ausencia de una visión abarcadora de la relación. Estados Unidos, como gran potencia puede dar garantías y crear un espacio de confianza para la soberanía cubana que el gobierno de la Isla no puede reciprocar en la misma medida. Solo después de notar un ambiente de respeto mutuo, los países pequeños moderan su política exterior mostrando deferencia por el estatus de gran poder de sus anteriores rivales.

Tercero, la victoria en las elecciones congresionales de los políticos republicanos que tienen una posición claramente hostil al acercamiento con Cuba, en primer lugar el senador Marco Rubio, congela la agenda en el congreso para desmantelar las sanciones. Tal victoria evidenció la incapacidad del grupo de cabildeo anti-embargo, ya constituido, para traducir el dinero recolectado en derrotas electorales de sus adversarios o en la introducción sustantiva de proyectos legislativos afines. En esas circunstancias, es probable que la administración use el tema Cuba como moneda de cambio para lograr el apoyo de los legisladores pro-embargo en temas de su prioridad.

Un área donde se puede producir un cambio significativo es en el de la migración donde el presidente electo se ha manifestado ya en contra de los privilegios disfrutados por los emigrantes cubanos en virtud de la Ley de Ajuste Cubano de 1966. La pertinencia de esa legislación puede saltar al debate por la prioridad dada al tema migratorio en general por el presidente electo. Abierto ese debate entrarían al ruedo las coincidencias por razones diametralmente opuestas entre el gobierno cubano que denuncia "la ley asesina" y los sectores más a la derecha, disgustados por la no aceptación de su agenda política anti-viajes por las recientes oleadas de migrantes cubanos.

Nuevas dinámicas

Dado que Cuba no es una prioridad en la agenda del presidente electo en términos de comercio, migración y amenazas de seguridad, mucho de lo que pase dependerá de quienes manejen las instituciones respectivas de la política exterior estadounidense y sus respectivos vínculos con las fuerzas que debaten sobre la política hacia Cuba como las secretarías del Tesoro, Estado, Defensa y Seguridad Interna. Si los nombrados en tales puestos afrontan el tema Cuba con criterio técnico, el consejo de los especialistas dentro del estado estadounidense informaría a la administración entrante cómo los razonamientos que respaldan la directiva presidencial del 14 de octubre se basan en lo que es más conveniente para la seguridad nacional y los intereses económicos y estratégicos de EE.UU. "América primero" en su mejor variante.

La lógica de política interna

Hay también una lógica de política interna que justifica por lo menos no abandonar la política de intercambio con Cuba. El presidente electo Trump no debe su victoria en la Florida al electorado cubano-americano de derecha. La votación en la comunidad cubano-americana por Trump fue una de las peores para un candidato republicano. Nada tiene que agradecer a los grupos pro-embargo cuya elite política representada por Marco Rubio figuró entre los adversarios más virulentos en la primaria republicana. Los congresistas Ileana Ros-Lehtinen y Carlos Curbelo hicieron principio de su campaña el rechazo total al candidato Trump, denunciándolo como un estafador, que pretendía tergiversar los principios conservadores.

Para Trump tampoco es razonable desde expectativas racionales adaptativas comprarse un pleito con Cuba ni siquiera por criterios electoreros. De cara al futuro, el electorado cubano-americano pro-embargo no tiene lugar a donde ir para las elecciones de 2020. Contrario a lo que ocurrió en 1992 cuando el partido demócrata atacó al republicano en el tema Cuba desde el flanco derecho, al apoyar Bill Clinton la Ley Torricelli, hoy la política de entendimiento y diálogo con Cuba es la estrategia dominante en el partido demócrata como un todo. Si los motivados por deseos de venganza y restauración de propiedades no votan por Trump en 2020, ¿a quién van a apoyar? ¿Para qué abrir un nuevo flanco vulnerable en Cuba, de conflicto con los aliados y oportunidad para los rivales estratégicos de Estados Unidos, en un tema de tan poca relevancia para la seguridad nacional estadounidense y de tanto simbolismo a nivel multilateral? No hay ninguna racionalidad de gran potencia para echar atrás la apertura de las embajadas, ni los acuerdos de cooperación sobre salud internacional, negocios, ley y orden y garantías mutuas de seguridad.

Lo más probable es que tendrá que correr un poco de historia para que el nuevo equipo en la Casa Blanca tome consciencia de los límites de su poder y del peso estructural del nacionalismo cubano en la resistencia a más de un siglo de políticas imperiales desde Washington. A Cuba, su gobierno y sociedad civil, le corresponde tomar consciencia cuanto antes de los retos y oportunidades que hoy presentan unos Estados Unidos bajo la presidencia de Trump. Los procesos de acercamiento y negociación con la Isla no se pueden entender sin los consensos democráticos liberales que predominaron en las lógicas de la administración Obama para sus políticas exterior e interna. El bloqueo y el control antidemocrático de los viajes a Cuba y las visiones sobre esas políticas dentro de la comunidad cubano-americana por el grupo de derecha pro-embargo eran antitéticos a esa esa proyección.

Trump, por su parte, representa un repudio a ese consenso. Su narrativa de "Hacer América grande de nuevo" apela a un núcleo duro de derecha en la cultura política estadounidense, que es xenófobo, racista y de proyección imperial. En su política internacional los sectores que acompañan al presidente electo no invocan la auto-restricción por respeto a la ley internacional o lógica de alianzas sino por un aislacionismo que rechaza gastar fondos estadounidenses en bienes públicos internacionales asociados a un orden liberal. En esa visión peligrosa, Estados Unidos como potencia hace lo que quiere, porque puede.

Lo que haga Cuba cuenta

La historia ha demostrado que las relaciones entre Cuba y Estados Unidos han sido tan vulnerables a crisis que si no se avanza en construir mecanismos de manejo de diferencias, se termina retrocediendo. La dinámica de conflicto asimétrico e ideológico entre Cuba y EE.UU. abre oportunidades para aguafiestas que podrían provocar un retorno a las dinámicas de hostilidad donde solo ellos se benefician. Es el momento para que, con consciencia de los retos de seguridad, Cuba aproveche las oportunidades de construir puentes y públicos al interior de EE.UU. a favor del proceso de diálogo, comunicación e intercambio.

Después de los atractivos mensajes y el carisma exhibidos por el presidente Obama en su visita de marzo a la Habana, los planteamientos de Trump han tirado un jarro de agua fría a las visiones que en América Latina, incluyendo Cuba, reconocían a unos Estados Unidos de proyección más suave y persuasiva en la defensa de sus valores democrático-liberales. Hoy el gobierno de Raúl Castro, en las vísperas de la transición generacional presidencial en 2018 tiene la oportunidad de forjar dinámicas de realismo político en el diálogo con aquellos que no responden a su matriz ideológica comunista. En la actual coyuntura, sería un error dejar que quienes al interior del sistema político cubano tienen una preferencia por lo contencioso hacia todo lo que venga de EE.UU. utilicen a Trump como pretexto para silenciar la pluralidad creciente de la sociedad cubana y paralizar las reformas económicas y sociales en curso.

Una cosa es hacer entender por qué un cálculo cubano realista tiene que prever la posibilidad de que a un Obama suceda un Trump, y otra es meter coyundas a los que reconocen, además de los retos, importantes potencialidades para el interés nacional cubano derivadas de una relación estable y constructiva entre Cuba como pequeño país subdesarrollado y Estados Unidos, como gran potencia. Es evidente que Cuba no vive en un mundo ideal y el patriotismo exige un mínimo de unidad nacionalista. Pero la unidad no precede sino prosigue a la aceptación de la diversidad. Las alianzas políticas se construyen desde la persuasión y negociación ciudadana.

También es importante, asumir una visión realista sobre el papel de Cuba en las dinámicas de poder global. A Cuba, como pequeño país, no le corresponde derrotar los sueños imperiales de Trump ni sus políticas antiliberales internas o externas. Un excesivo celo internacionalista en apoyo a sectores ubicados por la administración Trump como hostiles en su proyección de seguridad, díganse Irán y sus allegados del Hezbollah o Corea del Norte, puede atraer una atención estadounidense hacia Cuba que no es útil ni aconsejable. Cuba puede defender sus principios de política exterior en contextos multilaterales, condenando posturas intervencionistas pero sin comulgar con acciones irresponsables.