viernes, 27 de enero de 2017

El cuarto poder?

El mito del periodismo como cuarto poder es un cuento. O, mejor dicho, el cuento del periodismo como un poderoso instrumento político alternativo es una mentira. Porque el periodismo siempre responde al poder, a algún poder. Quien no lo entienda así será vapuleado hasta el descrédito, que es el fin del periodismo.

Si no, qué fue lo que pasó con el periodismo tras el desplome de las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001? O, por solo citar ejemplos extremos, tras el asesinato del Presidente JFK en Dallas en 1963? El periodismo amordazado, manipulado a los antojos del poder y abierto a un escandaloso escrutinio todo aquel que cuestionara la versión "oficial", so pena del ridículo.

Ejemplos también tenemos muy cerca. En algunos países suele ser más solapado que en otros. En algunos momentos puede ser más evidente que en otros.

miércoles, 25 de enero de 2017

Prostitución, trata de personas y turismo sexual

Por: Alberto Roque Guerra
Tomado de su blog: http://aroqueg.blogspot.com/2017/01/prostitucion-trata-de-personas-y.html
Esta entrada será breve en virtud del poco tiempo que tengo con mis ocupaciones académicas y profesionales, pero no quiero dejar pasar por alto el tema tratado ayer en el programa Mesa Redonda de la televisión cubana.
Aunque en las páginas digitales Cubadebate (apéndice del programa televisivo de marras) y Cubasí y en el propio programa los titulares solamente mencionaron la palabra «violencia», el tema central fue la prostitución y la trata de personas.
Felicito a los panelistas y su conductora por poner «sobre la mesa» dicho tópico, tan evidente y la vez tan silenciado por los discursos políticos. Las reflexiones fueron serias, balanceadas y propositivas.
El tema de la prostitución, el tráfico humano y la trata de personas tienen implícito la violencia de género y coloca en situación de vulnerabilidad a las mujeres, a las niñas y también a los hombres que practican la prostitución.
Cuando el colega Manuel Vazquez Seijido se refirió a las cuestiones jurídicas sobre la prostitución en Cuba sonó bastante absoluto y farragoso cuando afirmó que en nuestro país no se criminaliza a quien ofrece el servicio. Esto es parcialmente cierto: no se penaliza en el Código Penal, pero en la práctica es una verdad escandalosa que criminaliza la práctica de la prostitución femenina.
En Cuba solamente se penaliza al proxeneta y  las féminas que practican la prostitución, se les envía a centros de rehabilitación para su "reinserción" social, es decir, se les limita su derecho al disfrute de su libertad por políticas que no tienen basamento legal y que se ejecutan desde estrategias consensuadas entre el Ministerio del Interior y ¡la Federación de Mujeres Cubanas!
Esta doble victimización es aún más seria cuando las propias autoridades son permisivas con la práctica de la prostitución masculina. A ellos lo regresan a sus provincias (cuando este sea el caso) mediante otro decreto también discriminatorio que permite la deportación de los migrantes internos que no tienen residencia oficial en la capital.
Tradicionalmente, los estudios académicos sobre prostitución son censurados sin ambages, como si fuese algo de otro planeta o como si su tratamiento científico atentase contra la seguridad nacional.
En lo personal respeto el derecho de  cualquier persona a utilizar el cuerpo para trabajar y para su sustento económico. Lo mismo hacemos con nuestras manos y otras partes del cuerpo, por lo que me parece hipócrita la condena moral cuando dicha actividad es sexual. En este particular deseo expresar que no siempre la persona que se prostituye no tiene acceso a un trabajo digno, pues conozco a profesionales y a trabajadores y trabajadoras que ejercen la prostitución. La Epidemiología le denomina eufemística y estratégicamente «sexo transaccional».
Sin embargo, existen límites sobre los cuales deben plantearse mínimos morales. La prostitución es una actividad organizada por y para beneficios de los hombres y se basan en la explotación violenta de mujeres cisgénero, mujeres trans y hombres (en nuestro contexto se les conoce como pingueros).
Dicha práctica se torna peligrosa por la vulnerabilidad que implica ser la única alternativa que tienen estas personas para subsistir y cuando se cercena la libertad, la equidad y la autonomía de quien ofrece el servicio.
No apoyo el término «trabajo sexual» propuesto por el movimiento feminista y adoptado en los discursos y narrativas de derechos humanos de las Naciones Unidas por pactar sospechosamente con las bases ideológicas del patriarcado, implementadas en un mundo crecientemente desigual y neoliberal.
Llamemos las cosas por su nombre, desmantelemos las relaciones patriarcales. Los Estados que legalizan la prostitución son Estados proxenetas. Apoyo la propuesta del Centro Nacional de Educación Sexual de penalizar al cliente y de ampliar el debate académico y popular en relación a las causas, impactos y el análisis franco de los valores morales y sociales que se ponen en juego cuando de prostitución se trata. [Santos Suárez, 25 de enero de 2017]

Casa tomada

Por: Alfredo Prieto
Si, como se afirma, Donald Trump es imprevisible, su toma de posesión no lo fue. Para nada. Su discurso inaugural resume, como una especie de comprimido muy bien articulado, el núcleo duro de su filosofía política, si se le puede llamar así: primero, una mezcla explosiva de proteccionismo y nacionalismo. Luego --y correlativamente-- un aislacionismo renovado, consistente en focalizarse en los asuntos internos, la prosperidad y la seguridad de los Estados Unidos. A todo eso sus estrategas le denominan make America great again, mantra tomado de Ronald Reagan durante una famosa Convención republicana de 1980. También volvió a hacer gala de un anti-establishment que es --para decirlo en criollo-- más rollo que película, desmentido, entre otras cosas, por la escogencia de un gabinete de millonarios conservadores procedentes de instituciones y pulpos como Wells Fargo, Exxon Mobil y otras transnacionales, el verdadero poder tras bambalinas, sean elefantes o burros quienes se instalen en la Casa Blanca.
Predecible, igual, por su maniqueísmo, idéntico al del torneo electoral. El pueblo contra las élites. El país contra el extranjero, una concreción específica de ese aislacionismo y uno de los corsi e ricorsi de la política norteamericana desde los fundadores de la nación. Y mundo civilizado vs. incivilizado, lo cual plantea el problema de sus paradigmas y parámetros, evidentemente ceñidos a Occidente, la vieja asunción colonial estudiada de manera insuperable por Edward Said en un libro clásico. Y predecible, asimismo, al hablar en nombre de los olvidados, una de las bases de su ascenso al poder partiendo de problemas, iras y frustraciones en la tierra prometida del excepcionalismo, donde todos los sueños son posibles a condición de trabajar duro, portarse bien y cumplir las leyes. Con esto, dio en el centro de la diana. Los demócratas apenas lo vieron y se fueron por el lado equivocado.
Ha jurado su cargo el presidente sin precedentes. Desembozadamente racista. Impúdicamente misógino. Virulentamente antinmigrante. Abiertamente antimusulmán. Uno que ha nombrado como su estratega jefe a un conspicuo miembro de la llamada derecha alternativa, eufemismo que designa el supremacismo blanco de El nacimiento de una nación. Y que se ha sentado en la silla en colisión con sus propios órganos de inteligencia, a los que de hecho ha descalificado. Pero en este punto quizás valdría la pena detenerse a examinarlo, aun en medio sus delirios --uno de ellos, por ejemplo, autocalificarse como "el mayor generador de empleos que Dios ha creado" durante una conferencia de prensa, otro de esos shows donde casi se llega a echar de menos un reguetón como sonoridad de fondo. Una de las guerras más recientes se orquestó en 2003 apelando a unas armas de destrucción masiva que nunca existieron. Otra en 1990, allá en el Golfo, con tropas iraquíes matando niños en incubadoras, uno de los mayores ejercicios de manipulación en la historia norteamericana, en el que intervino un eficientísimo aparato de relaciones públicas para lanzar el producto al mercado, envuelto en celofán humanitario. La de Vietnam se fabricó con el incidente del Golfo de Tonkín (1964), desmentido años más tarde por un activista del Pentágono, de esos que ahora llaman wistleblowers, una especie de abuelo de Edward Snowden que contribuyó, a su modo, a la aplastante derrota de un ejército moderno y sofisticado a manos de tropas campesinas del Sudeste Asiático.
Y nada de diversidad, ni multiculturalismo. Ni un solo latino/hispano por allá arriba, lo cual contrasta sensiblemente con las prácticas administrativas de últimos treinta años, republicanas o demócratas. Dos datos adicionales hablan por sí solos: 13 de los 15 miembros del gabinete propuesto son hombres blancos. Y solo cuatro mujeres. Para justificarlo, Trump y su equipo le han ordenado a uno de sus orgánicos salir con el mensaje de que no era "cuestión de color de la piel o de origen, sino de seleccionar "a los mejores y más brillantes", uno de los argumentos clásicos que de un tiempo a esta parte se vienen utilizando en este país para desmontar la acción afirmativa, una de las conquistas del movimiento por los derechos civiles de los 60.
 Ese mismo prisma ilumina la puesta en escena de la inauguración y sus códigos. Allí estaban como público, abrumadoramente, quienes una vez se bajaron del Mayflower. Blancos como la nieve. Los que aplaudían y vitoreaban. El coro mormón, tan cristalino. La rubiecita de ojos azules cantando el himno. Hasta la música, donde el country señoreó. WASP, les llaman. Esa es, a no dudarlo, la América de Trump; lo que se afirme en sentido contrario, solo retórica y hojarasca. Otra movida de péndulo respecto al primer presidente afro-americano, tan denotativa como las acciones ejecutivas que acometió apenas instalado en el poder y en medio de un elemento de profundo contenido simbólico: las cortinas carmesí al fondo de su escritorio en la Oficina Oval han sido reemplazadas por unas color dorado. El mismo de su Torre en Nueva York.
La Casa ha sido tomada. Tiene prisa. Quiere demostrar que lo suyo va en serio. No más palabras. Es la hora de actuar.
Entra con el menor índice de aceptación de un presidente en los tiempos modernos.
"Esta carnicería americana se detiene ahora", dijo en su primer discurso.
La oposición popular cree lo contrario.
Y ya desde el primer día se ha lanzado a las calles.

martes, 24 de enero de 2017

El extremismo o A quien le sirva el sayo

Por: PaquitoeldeCuba
Tomado de: https://paquitoeldecuba.com/2017/01/24/el-extremismo-o-a-quien-le-sirva-el-sayo/
Esta mañana trasmitieron en el segmento Palabra con Filo de la revista informativa Haciendo Radio, en la emisora nacional Radio Rebelde, un comentario mío con el título El extremismo. Por la importancia de curarnos en salud de esta peligrosa enfermedad social, y como respuesta específica a debates que hoy ocurren en la blogosfera cubana, lo reproduzco en esta bitácora. A quien le sirva el sayo, pongámoselo.
HACIENDO RADIO. Martes 24 de enero
Tema: El extremismo
En tiempos donde hace falta la creación de consensos, la participación ciudadana y una unidad sólida en medio de la diversidad de opiniones, las posturas extremistas son quizás uno de los peores males que debemos evitar.
Las personas extremistas son aquellas a quienes les resulta más fácil sospechar que confiar, por causas injustificadas, e incluso sin ningún motivo. Muchas veces atribuyen a quienes son blanco de sus posturas insidiosas sus propias debilidades, dudas y vacilaciones, porque en el fondo lo que reflejan esas visiones en blanco y negro de la vida es, en la inmensa mayoría de los casos, poca calidad humana.
No hay nada menos constructivo, e incluso menos revolucionario que el extremismo en cualquiera de sus variantes. No pocas veces esta tendencia suele disfrazar sus propósitos malsanos en una supuesta exigencia que no es tal.
Porque quien exige con decencia suele hacerlo desde el ejemplo personal, y siempre trata de analizar todos los puntos de vista e incluso las posibles causas de cualquier error humano, cuando este de verdad ocurre.
Adoptar posiciones extremistas en cualquier campo de la cotidianidad provoca en muchas ocasiones graves y duraderos perjuicios, tanto para la persona que las asume como para quienes las sufren, pero sobre todo para estas últimas.
Le pasa a quien es intransigente e inflexible al resolver un conflicto en el seno de una familia, o en un colectivo laboral, o en cualquier esfera de la vida social, porque eso menoscaba su prestigio y autoridad, y la consideración de las demás personas.
Por supuesto, afecta más a quienes son víctimas del tal individuo extremista, sobre todo si este ostenta alguna jerarquía, ascendencia o poder formal que hace difícil desenmascararle o, sencillamente, contrarrestar con efectividad los efectos de sus acciones injustas y prejuiciadas.
Dice el viejo refrán que detrás de una persona extremista, casi siempre hay una oportunista, y eso también es cierto. Pero en lo que emerge —si es que alguna vez sucede— la falsedad de esas dobleces éticas y morales, a veces difíciles de reconocer, resulta muy grande el riesgo de que el extremismo perjudique y hasta destruya la existencia ajena.
Por lo general, el extremismo no es un mal que podamos enfrentar y desenmascarar con acciones individuales o en enfrentamientos bilaterales. El antídoto contra este flagelo es la inteligencia, el análisis y la acción colectiva. La utilización de los mecanismos y espacios de participación para poner en evidencia cualquier indicio de que estamos frente a un exceso, de uno o más sujetos. La solidaridad y el compañerismo ante las intrigas y los alardes de infalibilidad de cualquier extremista.
Pero no por difícil, es imposible detectar y ponerle freno al extremismo. Es además una cuestión elemental de justicia, esa que queremos nos caracterice como sociedad. No dudemos un segundo en oponernos a extremos y extremistas, en cualquier contexto donde este fenómeno aparezca. Nos puede ir la vida y el futuro en ello. La exigencia y el cumplimiento del deber, tan necesarios, poco o nada tienen que ver con el extremismo.

jueves, 19 de enero de 2017

El futuro y la vieja burocracia

Por Carlitos
miércoles, 18 de enero de 2017

La concurrencia de excepcionales oportunidades y retos para los cubanos va pasando. Las reformas anunciadas y por anunciar no han ido al ritmo que se esperaba, algunas oportunidades se han desvanecido y el cúmulo de cosas por hacer es inmenso.

Dentro de ese cúmulo de tareas, ¿habrá alguna más importante que otra?, ¿habrá alguna que merezca una mayor prioridad o esfuerzo? No hay razón para detener nada de lo que se está haciendo o estudiando, pero hoy mismo no hay escollo más duro al avance social, al aprovechamiento de las oportunidades, que la vieja burocracia.

Digo vieja burocracia para aclarar que no se trata de toda la burocracia. Aclaro también que no tiene que ver necesariamente con la edad (hay jóvenes que piensan como viejos y personas de experiencia con un pensamiento y una praxis muy joven).

Tenemos funcionarios admirables que, con muy poco, hacen esfuerzos quijotescos por sacar las cosas adelante. Pero hay otra parte de nuestra burocracia que nos niega como proyecto, nos divide, nos hace mucho daño.

Es esa la que promueve la separación de valiosos profesores universitarios, la que define que un joven revolucionario que no está empleado tiene que desactivarse de la UJC, la que dirige medios de comunicación u organizaciones políticas con métodos prehistóricos, la que con el discurso del cambio de los estilos de trabajo termina cambiado muy poco (o nada).

Es esa burocracia la que convierte la voluntad política en un experimento de cinco años, la que es indiferente a que pasen semanas sin que se discutan proyectos claves para el futuro del país, la que propone sin saber y no tiene la honestidad de decir que no sabe, la que no arriesga y calla, la que nombra a sus semejantes porque son los únicos capaces de hacerle la corte, la que utiliza el argumento de la actividad del enemigo para sembrar la duda sobre cada nueva idea.

Necesitamos más inversión extranjera, unificar las monedas, que la empresa estatal despegue y el salario alcance, regular mejor y potenciar el sector cooperativo y privado, dar el salto tecnológico, modernizar nuestras prácticas políticas y espacios de participación, y todo para ayer.

Pero los caminos del diseño e implementación de estas tareas serán más lentos y tortuosos (lo han sido ya) mientras sigamos cargando con un enorme y aferrado sector de la burocracia que no está dispuesto a asumir los costos personales y los miedos a los cambios necesarios.

En los medios de comunicación, las redes y hasta en ciertos espacios de nuestras organizaciones políticas se han despertado expectativas o dudas respecto a 2018, cuando no esté la generación que lideró la Revolución al frente de los principales cargos del gobierno.

¿Acaso la continuidad del proyecto descansa únicamente en la renovación de dos o tres puestos clave? Por muy valiosos que sean los nuevos compañeros, ¿cuánto podrán hacer si no cambia el entramado burocrático del país?, ¿cuánto podrán hacer sabiendo, además, que no cuentan con la autoridad moral que tiene la llamada generación histórica?

Definir el gobierno eficaz como uno de los ejes estratégicos del plan de desarrollo 2030 o limitar el tiempo de permanencia en los cargos son buenos pasos, pero no son suficientes. Cuba debe plantearse una ofensiva contra la vieja burocracia (que no sea conducida por ella misma), una desmitificación del relevo. Más que una renovación generacional, se precisa una renovación de la mentalidad. No es posible el tan cacareado e indispensable cambio de mentalidad si no cambiamos a los portadores de la vieja mentalidad.

De compañeros valiosos he oído decir que la generación histórica cumplió su rol y ahora nos toca a nosotros preservar lo que hicieron. Siempre he discrepado con ello. Una revolución nunca es tal si solo se dedica a preservar algo. Los jóvenes tenemos que continuarla, desbordar sus límites, hacerla nuestra y generar las condiciones para que algún día otros hagan lo mismo. Esa es la única manera de seguir siendo revolucionarios.

Para que ese paso avasallador de los jóvenes signifique continuidad y no ruptura con el proceso emancipador que nos trajo hasta aquí, es preciso declarar la guerra a la vieja burocracia, con mecanismos transparentes, con el apoyo popular y el liderazgo de la generación histórica.

De lo contrario, la vieja burocracia (como ya lo hace) negará todo avance del espíritu primigenio de la Revolución y los jóvenes (como ya lo hacen) emigrarán a otros países o a la individualidad de sus posibles proyectos personales.

La generación histórica aún tiene una gran tarea por delante: despejar el camino a los que vienen atrás, empoderar no a quienes pretenden un limitado mantenimiento de lo logrado, sino a quienes representan el ímpetu y los valores que les llevaron a fundar el proyecto revolucionario de 1959.

La envidia

La envidia es deporte nacional. Lo mismo en el barrio que en el puesto de trabajo. Si alguien prospera: por qué lo hace? cómo lo logra? Nooo, algo malo está haciendo: algo ilegal, algo inmoral. 

Y lo encuentran, cuando esa línea entre lo legal y lo ilegal, entre lo moral y lo inmoral, suele ser tan frágil, sobre todo en el imaginario popular. O lo inventan, que pal caso es lo mismo, con el poder movilizador que tienen el chisme y la calumnia.

"Abajo el que suba" es la victoria, no importan los medios, no importan las consecuencias. Si, al final, todos somos iguales (o debemos serlo, no?)

miércoles, 18 de enero de 2017

Se va Obama

Se va otro Presidente yanqui, pero esta vez no es como las anteriores. En esta ocasión no se retira dejando atrás la misma retórica obstinada y vacía hacia Cuba, tan odiosa como irreal, tan arrogante como imperial.

Tal vez como ningún otro Presidente deja un legado sólido y concreto en las relaciones con su vecino del sur a solo 90 millas, sobre la base de la racionalidad. Puede que no nos haya gustado todo lo que hizo, pero hizo más (y mejor) que ninguno antes. Con una habilidad de encantamiento poco habitual en políticos de su cargo, tendió puentes y abrió caminos. Prometió y actuó, vino y agradó. Aunque tuvo mejores condiciones que los anteriores, su coraje merece respeto.

Puede que el próximo Presidente quiera revertirlo todo, pero no podrá revertir su huella: la huella de que podemos hacer las cosas de otra manera, la huella de que el respeto y la comunicación son el mejor camino.

martes, 17 de enero de 2017

Reuniones y planes de trabajo

Hay personas que miden su nivel de eficiencia por la cantidad de reuniones y planes de trabajo. No importa cuánto duren, si son útiles o si afecta lo que hacen: lo importante es reunirse, discutir los problemas, hacer proyectos futuros, tomar medidas, sancionar a los culpables. 

Y papeles, muchos papeles. Y tablas comparativas. Y resúmenes completos, sumarios largos. Y acuerdos, muchos acuerdos.

De esa mediocridad nos vamos llenando, en todos los espacios posibles, dondequiera que haya un cargo. Hasta que el anquilosamiento y la frustración nos colme. Hasta que te agotas y los mandas al carajo.

lunes, 16 de enero de 2017

Mis pies secos

No me dan placer los pies mojados. Si me gusta el mar es para estar en la playa, un rato. No tengo siquiera el valor de arriesgarme en tomar un bote, mucho menos una balsa, para atravesar un océano. En ciertos casos, más que una aventura, me parece una locura irresponsable.

Haber tenido la oportunidad (o mejor dicho, las oportunidades) de tener los pies secos, y no haber dado el salto, no me da derecho a criticar a quien opte por los pies mojados. Tampoco a desentenderme del drama humano de quienes, obsesionados con un sueño, toman los riegos más insospechados, incluyendo locuras irresponsables.

Pero seamos honestos: era un privilegio que ya muchos otros hubieran deseado. Quien lo aprovechó, y le fue bien, que lo disfrute. Pero que se veía venir el fin, eso estaba claro.

jueves, 12 de enero de 2017

Estados Unidos en 2017: comienza la era del outsider

Por: Fernando Arancón / 2 de enero de 2017
Tomado de: http://elordenmundial.com/2017/01/02/13553/
El año 2017 tendrá un destacado protagonista en Estados Unidos: Donald Trump. La llegada a la Casa Blanca de este polémico presidente abre un escenario sustancialmente distinto para muchas de las líneas políticas seguidas por Obama. Así, numerosos aspectos podrían cambiar tanto en la política interior como en la exterior.
A efectos políticos, podría decirse que el año siguiente al que se celebran elecciones en Estados Unidos tiene veinte días menos, apenas tres semanas en las que el antiguo inquilino de la Casa Blanca deja paso al nuevo o, con suerte, revalida por una única vez el mandato. Así, 2017 comenzará para los estadounidenses el 20 de enero, día en el que Donald Trump recitará ante John Roberts, presidente de la Corte Suprema de Justicia, "Juro solemnemente que ejerceré fielmente el cargo de presidente de Estados Unidos y, hasta el límite de mi capacidad, preservar, proteger y defender la Constitución de los Estados Unidos". Quedará así inaugurado el mandato de aquel a quien nadie daba ganador, rechazado por los medios y por los votantes —obtuvo 2,5 millones menos de votos que su rival, Hillary Clinton—, pero suficientemente hábil como para encandilar a los votantes necesarios en los lugares adecuados.
2017 se podría resumir en una palabra con la llegada de Trump al Despacho Oval: imprevisibilidad. El nuevo presidente ha basado buena parte de su campaña y su discurso en simbolismos, en medidas no ya un tanto extremas desde una perspectiva de la comunicación política, sino técnica y políticamente complicadas de llevar a cabo, con muchos intereses en juego y otras tantas voces en contra. Por suerte o por desgracia, si bien la voluntad del presidente pocas veces se discute en Estados Unidos, el entramado político que crece en Washington amortigua frecuentemente las iniciativas que salen de la Casa Blanca. Con Trump no tiene por qué ser distinto. El Partido Republicano, segundo gran ganador de las elecciones del 8 de noviembre, es un aliado coyuntural y no incondicional. Bastante tendrá la formación del elefante con repartir de manera armoniosa la enorme tarta que gestionar hasta la próxima gran cita electoral a mitad de la legislatura, en 2018.
Año de promesas y disputas internas
Si hay algo que va a ser evidente durante este nuevo año en Estados Unidos, va a ser el tira y afloja entre la Casa Blanca y el Partido Republicano. Paradójicamente, los análisis y las viñetas que se fueron publicando a medida que Trump cosechaba apoyos en las primarias republicanas coincidían en que el neoyorquino iba a conseguir el desmantelamiento del partido. Y en cierto modo lo hizo. Derrotó a los paladines de la formación y acabó ganándolo todo. Sin embargo, lo que se preveía como el pozo más hondo para el partido ha acabado convirtiéndose en una de las victorias más dulces. Cámara de Representantes, Senado, mayoría en los estados federales y, cuando Trump nomine una nueva cara al Tribunal Supremo y el Senado lo apruebe, mayoría en el órgano judicial más importante del país. El póquer de la política norteamericana.
Sin embargo, estas mayorías pertenecen al Partido Republicano, que a día de hoy ha pasado por un hondo trauma —a pesar de haber salido de él con solvencia— y ha de compaginar las distintas corrientes internas, especialmente establishment y los siempre presentes ultraliberales del Tea Party, de igual manera que buena parte de la formación no ha sido, es ni será partidaria de Trump, y el nuevo presidente es consciente de ello.  Por su parte, el Gobierno que ha formado es asimismo una amalgama de corrientes de lo más variopinta: republicanos de la vieja escuela, militares bañados en el neoconservadurismo, lobistas y altos cargos de grandes empresas. Una especie de Gobierno de unidad nacional aplicado al híbrido ideológico y pragmático que supone la alianza entre el Partido Republicano y Donald Trump.
Habrá asuntos en los que ambos sectores puedan ponerse de acuerdo, caso del desmantelamiento del Obamacare, el limitado avance en materia de sanidad pública llevado a cabo en Estados Unidos por el presidente saliente. En eso no habrá problema: ambos pueden venderlo a su electorado como un necesario recorte en el desmesurado festín de gasto público del país. Otras cuestiones podrían ser más complicadas, como el deseo del nuevo presidente de gravar fuertemente la producción de las empresas nacionales que fabriquen fuera de Estados Unidos y luego deseen venderlo en el país.
La cuestión central es qué nivel de concordancia va a haber entre lo que dijo que haría y lo que en realidad va a hacer. Probablemente muy bajo, y no porque Trump quiera traicionar sus ideas, sino porque la superestructura llamada Partido Republicano no le va a dejar. El presidente depende políticamente a día de hoy más de su formación que al revés. El rechazo del nuevo inquilino de la Casa Blanca a las dinámicas —unas pocas, en realidad— neoliberales choca tan de frente con algunos sectores poderosos del partido que sería un suicidio político colectivo embarcarse en semejante pulso. ¿La solución? El simbolismo. Más que contenido real, de peso y que modifique estructuralmente el país, este primer año de Trump serán gestos, anuncios y palabras. No es algo negativo, ya que esas tres cuestiones muchas veces son tan importantes como lo tangible —o incluso más—, pero Trump, por el momento, no va a suponer una revolución.
Problemas que siguen sin solución
Para quienes no se esperaban perder, ya fuesen políticos de primera línea o urbanitas más que acostumbrados y adaptados a la globalización, la noche del 8 de noviembre y los días posteriores fueron una pesadilla. Las reacciones —nos atrevemos a decir que desmedidas— a la victoria de Trump pasaron desde las consultas para mudarse a Canadá a que en California llegasen a plantearse salir de los Estados Unidos. Pese a todo, después del shock inicial, las ideas más peregrinas se han disipado y el EE. UU. real vuelve a cobrar la importancia que merece.
Sin embargo, los problemas que afectan a buena parte de la población del país no van a ser resueltos por el nuevo presidente; de hecho, algunos de ellos empeorarán con Trump. Ya sea por falta de voluntad del nuevo inquilino de Washington, el escaso interés del gigante republicano o que simplemente es una situación tan estructural como global, dos aspectos atan en buena medida las manos de quien se decide a ponerles solución.
La desigualdad, uno de los temas centrales que catapultaron a Trump a la Casa Blanca —o que hundieron a Hillary y a los demócratas y dio alas a Bernie Sanders— seguirá campando a sus anchas por EE. UU. El país crece económicamente con cifras aceptables, pero es incapaz de crear empleo de calidad más allá de los polos de desarrollo fijados desde hace décadas. La única salida para esos millones de personas es que Trump les devuelva los empleos industriales que se fueron hace muchos años al continente asiático o a México. Y eso no va a ocurrir. La industria por la que se ha decantado Estados Unidos tiene un nivel tecnológico muy alto y está íntimamente ligada con los servicios. Sus únicos trabajadores son de nuevo cuño; no se puede llevar a una start-up de Silicon Valley a los obreros metalúrgicos de Indiana. La única cuestión en el aire es cómo va a maniobrar Trump cuando esta realidad se haga más evidente conforme avance el mandato.
Tampoco será un año especialmente bueno para la violencia racial en Estados Unidos. Durante el doble mandato de Obama, los momentos que tuvo para rebajar la tensión y plantear de manera clara y seria el abismo social, económico y político existente aún entre blancos y negros fueron dilapidados con un simbolismo cada vez más vacío y una represión que quién sabe si no le ha acabado también pasando factura a su sucesora. Ahora Trump hereda un foco de inestabilidad social, si cabe, más peligroso. Obama no era un enemigo para la comunidad negra —quizás un estorbo o simplemente indiferente—, pero el nuevo presidente sí podría ser percibido como una amenaza para los afroamericanos tanto por no resolver la brecha socioeconómica como por ser, tanto él como su formación, de escasa sensibilidad hacia las cuestiones de los negros estadounidenses.
No olvidemos qué es Donald Trump: un candidato y futuro presidente republicano. La negación del cambio climático del encargado de la oficina medioambiental es poco menos que anecdótica ante cuestiones como la legislación sobre armas, un debate que la Casa Blanca y los republicanos tratarán de silenciar. Ello por no hablar del terrorismo. Estados Unidos no se ha librado de esta amenaza, que durante 2016 ha dado tantos días para olvidar. El yihadismo, siempre presente en células organizadas o en los llamados lobos solitarios —uno de los términos de moda en el terrorismo actual—, se puede entremezclar con acciones de otros grupos, como los supremacistas blancos.
Sea como fuere, no todo lo político va a girar en torno al Partido Republicano y su 45.º presidente. El Partido Demócrata, maltrecho —por no decir roto— tras el vapuleo electoral del 8 de noviembre, va a tener que comenzar su particular reconversión. No son pocos los huecos que tapar, desde un nuevo liderazgo —Clinton ya está absolutamente quemada— al discurso y la identidad del propio partido, escorado hacia unas élites y unas zonas urbanas que en muchos aspectos no responden a la realidad general de Estados Unidos ni a sus problemas. Sanders no tiene recorrido a largo plazo y muchas miradas recaen sobre Elizabeth Warren, un perfil lo suficientemente moderado como para no resucitar el fantasma del socialismo que muchos evocaban con el senador de Vermont y lo suficientemente progresista como para huir con solvencia del centrismo descafeinado del Partido Demócrata, percibido como un alineamiento de facto con las élites financieras y la globalización.
Trump y el mundo: ¿un bombero pirómano?
Sin duda, uno de los aspectos más comentados antes y después de la victoria de Trump ha sido el planteamiento de su política exterior. El neoliberalismo —más bien una versión algo extraña de él— ha dejado paso a lo que ha sido bautizado como neonacionalismo: "América para los americanos", versión 2.0. El objetivo de Donald Trump para con los asuntos exteriores es bien sencillo, aunque no por ello fácil de llevar a cabo: modificar las prioridades geoestratégicas de Estados Unidos en un replanteamiento de su papel en el mundo y las relaciones con otras potencias. Si bien los amantes del continuismo han quedado escandalizados, otras figuras prominentes de los asuntos internacionales han sido algo más curiosas con los planteamientos del nuevo presidente y prefieren darle una oportunidad. Si por algo se han caracterizado muchas presidencias —incluida la de Obama— es por haber heredado en materia de política exterior auténticos desaguisados, que, lógicamente, no han podido solucionar de un día para otro.
Ahora bien, en esta "política de la ocurrencia" que ha caracterizado a Trump en los meses anteriores a su llegada a la Casa Blanca, sus planteamientos parecen contener algún acierto y notables retrocesos, muchos de los cuales serán puestos a prueba en el primer año de su mandato. De hecho, más que cambiar métodos y objetivos, la impresión inicial es que juega con la misma baraja, solo que cambiando las cartas consideradas buenas y malas por otras distintas.
Hacia América Latina destacarán dos lugares: México y Cuba. La idea del muro en la frontera con su vecino del sur será poco más que un recuerdo. Muchos puntos del límite entre ambos países ya llevan muchos años vallados y vigilados, por lo que no es una frontera excesivamente permeable. En cambio, dentro de la restrictiva política inmigratoria que desarrollarán Trump y los republicanos, México será un socio clave para detener los flujos migratorios en la frontera entre este país y Guatemala. La técnica que ha desarrollado, por ejemplo, la Unión Europea con Turquía para desentenderse de los cientos de miles de refugiados o la que desde hace muchos años lleva desarrollando España con Marruecos y Mauritania.
Con Cuba la situación tiene visos de que, como mínimo, quedará en punto muerto. Trump, en su rol de hombre de negocios, ha dado a entender que al menos Cuba puede ser un lugar con grandes oportunidades económicas para Estados Unidos. Sin embargo, en este asunto se impondrán los republicanos, que no quieren oír hablar de distensión con la isla ni la más mínima concesión al castrismo. Bloquearon como han podido el nombramiento de un embajador para La Habana y no les tiembla la voz al afirmar que no van a revocar el embargo que Estados Unidos mantiene sobre la isla. En Washington ya saben que los Castro no son inmortales —y no porque no lo hayan intentado demostrar— y podría primar el posicionamiento de cara a la sucesión de Raúl Castro en 2018 antes que abrir más las relaciones y motivar el auge de alguna facción reaccionaria dentro de Cuba.
Oriente Próximo sufrirá también este cambio de cartas de la Administración Trump. Siria pasará de ser uno de los protagonistas del "Eje del mal" que creó Bush a un aliado útil en el caos de la región. Es un intermediario clave en la mejora de las relaciones con Rusia, uno de los objetivos fundamentales para el nuevo Estados Unidos, y Al Asad puede ser considerado el mal menor con dos ideas claves: la promoción de una Siria multiconfesional y la lucha que tanto su padre como él han llevado a cabo contra el islamismo. No conviene olvidar que, a fin de cuentas, los Asad son baazistas: panarabistas, socialistas y laicos.
Sin embargo, este giro para con Siria —habrá que ver las trabas republicanas— puede ser (des)compensado abriendo dos nuevos frentes que, mejor o peor, habían quedado solucionados. El primero, Irán, con el que Trump ya ha dicho que replanteará el acuerdo nuclear alcanzado. Esta revisión supondrá un retroceso en las relaciones con la república islámica y facilitará que en el país tomen fuerza los grupos más conservadores y que se generen nuevas tensiones entre Teherán y sus principales rivales regionales, Arabia Saudí e Israel.
Precisamente será el Estado judío otro de los grandes protagonistas en este primer año del nuevo presidente. Trump ha afirmado en repetidas ocasiones que desea trasladar lo antes posible la embajada de Estados Unidos desde Tel Aviv —donde están actualmente las legaciones extranjeras— a Jerusalén, capital disputada entre Israel y Palestina y cuya capitalidad, salvo algunos consulados, ningún país extranjero se ha atrevido a reconocer llevando allí su embajada, en favor de Israel. Si este movimiento se produce, sería un flaco favor hacia el proceso de paz en el lugar, estancado desde hace bastantes años entre luchas internas palestinas y el rodillo israelí a través de asentamientos. Qué decir tiene que, si esta mudanza diplomática se produce, las protestas en el mundo árabe y el repunte del antiamericanismo pueden ser importantes.
Ahora bien, estos son escenarios secundarios para Trump. El protagonista será Rusia, con unas intenciones más que declaradas por parte del nuevo presidente de cara a mejorar las relaciones. En realidad, lo que el de Nueva York propone no es algo revolucionario en cuanto a lo que a relaciones internacionales se refiere: se acabó la doctrina de la contención con el gigante euroasiático, las revoluciones de colores, el Gran Oriente Medio hasta Kazajistán o una OTAN hasta las puertas de Moscú. Rusia, con su espacio; Estados Unidos, con el suyo, y los países europeos… que hagan lo que puedan.
Sea como fuere, la mejora de relaciones con Rusia no responde al mero altruismo ni al gusto de Trump por lo eslavo. El gran rival de Estados Unidos es China, sin ningún tipo de ambages. La persistencia del neoyorquino por señalar al país asiático durante su campaña electoral muestra lo central que será el tema para su futura Administración. Y, hoy por hoy, Rusia, aliado circunstancial de China, no puede estar en contra de Estados Unidos cuando la situación se tense. De hecho, poco tiempo le ha faltado al nuevo presidente para mostrar que la moderación y la diplomacia con Pekín no van a ser su línea habitual. La llamada del todavía electo presidente a su par taiwanés descolocó y luego desató las quejas de la China continental. Recordemos: simbolismo.
Sin embargo, es llamativo que el TTP, una gigantesca maniobra geoeconómica para poner contra las cuerdas a China, vaya a ser sacrificado en los primeros días de mandato con la retirada de Estados Unidos. O eso pretende llevar a cabo, al menos. Puede resultar comprensible la denuncia del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA por sus siglas en inglés), el acuerdo con México y Canadá; una baja asumible para la retórica neonacionalista de Trump. No así el TPP.
La denuncia de la actual globalización es una realidad en buena parte de la sociedad y políticos alzados desde los extremos en muchos lugares del mundo. Ideológicamente, es una crítica legítima. Con todo, la cosa cambia cuando los intereses nacionales son los que sustentan un acuerdo o una maniobra determinada. Nadie dijo que Trump fuera a tenerlo fácil. A fin de cuentas, el neoyorquino se ha caracterizado por ir sistemáticamente a contracorriente y acabar ganando. Veremos qué le depara su primer año.